Viajes por mi jardín (I), un acertado regalo para recibir a la primavera

Hoy ve la luz en España este libro de Nicolas Jolivot que impresiona de ser una joya no sólo por lo que en él se cuenta sino también por esas delicadas ilustraciones.


En febrero de 2019, al regresar de mi enésimo viaje a China, sentí que había cumplido con mi cupo de desplazamientos. Había tenido la insolente suerte de pasar casi treinta años recorriendo el mundo, sin contratiempos reseñables y para el mero deleite de mis ojos. Había llegado el momento de aflojar el ritmo. Sin que lo viera venir, un humor más sedentario le había ganado el pulso al deseo de andar todo el día de acá para allá. Aquel mes de marzo, empecé a ocuparme de mi jardín familiar, motivado con la idea de inventariar su contenido. Al cabo de un mes de prospección, me di cuenta de que el movimiento perpetuo de la naturaleza y la infinidad de lo diminuto hacían de mi empeño una empresa quimérica. Comprendí entonces que, para un observador atento, mi jardín de trescientos metros cuadrados es tan vasto como China.

Dibujando un retrato de su jardín y de todo lo que en él mora en el presente, y también de aquello que lo habitó en los más de doscientos años de su historia, Nicolas Jolivot nos lleva de la mano por un viaje en el tiempo. Remontándose a 1821, a los orígenes de la parcela y a lo más recóndito de su memoria familiar, relata los momentos clave de la historia de su edén en la tierra. Al mismo tiempo, al ritmo de un viajero sosegado y atento, nos acerca a lo que sucede allí, a ras del suelo o en las alturas, a la vida que se despliega en las ramas de un árbol o a la que habita en las profundidades de un pequeño estanque, a lo largo de un año entero.









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